Toda carrera tiene algo de épica, de batalla contra todos...y contra uno mismo. Toda carrera precisa de héroes, de monstruos, de seres mitológicos y sobrehumanos, de personas capaces de superar el dolor y sobreponerse a la fatiga para alcanzar el objetivo final; llegar a la meta.
Si hay una carrera dotada de un halo extraordinario de épica y que es capaz de generar esa aureola mística que supera lo meramente deportivo, esa es Los 101 km. ¿Alguien lo duda?
Setenil, cual campo de batalla, es uno de los escenarios de esa épica Salamina, al menos, y eso me figuro, en su vertiente más sobrecogedora y poética, el momento en el que los héroes son aclamados a su paso por la ribera del gozo e intuyen a lo lejos, muy lejos aún, la victoria final.
¿Acaso no envidiaron los atenienses al corredor de Marathon que, adelantándose al grueso de su falange, cayó muerto tras anunciar a los suyos la victoria sobre los persas? Así lo quisieron los dioses, premiando su hazaña y dándole la muerte en ese día tan señalado de la victoria.
Toda carrera tiene algo de viaje, de búsqueda, de encuentro iniciático. El corredor, convertido en Ulises, no recuerda cuándo salió de Itaca, su amada patria. Lejos quedan sus tierras y sus gentes y sin embargo, suya es la senda del abrupto camino, las suaves laderas, el cañón de ese río que horada la piedra: Pago Dulce, la Molinilla, Peña Caída, El Cañuelo...sonoros topónimos de un pueblo donde la química del agua y la caliza se hacen escultura eterna.
"¡Ay Setenil!, romántico y primitivo
lejanas cumbres te rondan,
cristales de duro brillo". (1)
Una nueva familia lo abraza, los compañeros del camino y suyas son ahora estas tierras mitológicas y mágicas; a siete millas de Acinipo, la ciudad de la vid y las espigas, donde permanecen las huellas de Démeter, Core, Dionisos, allí, entre tajos y encinas, en Septemillium, nací de nuevo.
El corredor no sabe por qué corre. No sabe qué extraño arcano lo mueve a salir de su casa, abandonar la familia, realizar un esfuerzo sin recompensa. Siete veces nada, siete veces sitiada y siete veces intacta como una doncella, eso cuenta la leyenda, y sin embargo fue ganada. Constancia, quizás sea esa la lógica.
Una carrera, como una batalla, adquiere su leyenda con el sudor y la sangre de los que corren y combaten, pero también por el lugar donde transcurren los hechos. ¿Se imagina alguien los 101 km sin pasar por Setenil de las Bodegas? ¿Se imagina algún corredor una carrera sin el paso por Cabrerizas, Las Jabonerías, Las Cuevas del Sol, calles todas a una margen del Guadalporcun? Porque Setenil es eso, la bendita ribera del gozo que embriaga al corredor...el oasis reparador de fuerzas y ánimos que nos empuja a seguir.
La carrera es épica y épicos son los lugares por los que transcurre; morada de atávicos y crueles dioses donde aún resuenan los ecos de viejas batallas, que siempre disputaron los hombres por estas tierras hondas y femeninas.
El ocre de la piedra rompe el azul del cielo electrico. Piedras estriadas por el eterno besar del río, como el graderío de un circo donde combaten los gladiadores. Quizás los habitantes de Acinipo se inspiraron en estos tajos y cuevas para crear el suyo a martillo y cincel. ¡Setenil colosal! grandiosa obra de gigantes.
El corredor, ajeno quizás a todo esto de lo que hablamos, empeñado quizás en su Desfiladero de las Termópilas personal, vislumbra en el estupor de su fatiga la magia de los lugares por los que pasa y algo de esa huella primigenia queda en su memoria. Recuerda el poema de Covafis:
"Cuando te encuentres de camino a Itaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos...
Ten siempre en tu mente a Itaca.
La llegada allí es tu destino.
pero no apresures tu viaje en absoluto.
mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico por cuanto ganaste en el camino..."(2)
Al fin y al cabo "La belleza es verdad y la verdad belleza: Nada más es preciso saber en la tierra"(3)
Buena carrera, buen camino.
1.(Ángel Ganivet)
2. (Kostantin Kovafis)
3.(John Kents)
Rafael Vargas Villalón
Si hay una carrera dotada de un halo extraordinario de épica y que es capaz de generar esa aureola mística que supera lo meramente deportivo, esa es Los 101 km. ¿Alguien lo duda?
Setenil, cual campo de batalla, es uno de los escenarios de esa épica Salamina, al menos, y eso me figuro, en su vertiente más sobrecogedora y poética, el momento en el que los héroes son aclamados a su paso por la ribera del gozo e intuyen a lo lejos, muy lejos aún, la victoria final.
¿Acaso no envidiaron los atenienses al corredor de Marathon que, adelantándose al grueso de su falange, cayó muerto tras anunciar a los suyos la victoria sobre los persas? Así lo quisieron los dioses, premiando su hazaña y dándole la muerte en ese día tan señalado de la victoria.
Toda carrera tiene algo de viaje, de búsqueda, de encuentro iniciático. El corredor, convertido en Ulises, no recuerda cuándo salió de Itaca, su amada patria. Lejos quedan sus tierras y sus gentes y sin embargo, suya es la senda del abrupto camino, las suaves laderas, el cañón de ese río que horada la piedra: Pago Dulce, la Molinilla, Peña Caída, El Cañuelo...sonoros topónimos de un pueblo donde la química del agua y la caliza se hacen escultura eterna.
"¡Ay Setenil!, romántico y primitivo
lejanas cumbres te rondan,
cristales de duro brillo". (1)
Una nueva familia lo abraza, los compañeros del camino y suyas son ahora estas tierras mitológicas y mágicas; a siete millas de Acinipo, la ciudad de la vid y las espigas, donde permanecen las huellas de Démeter, Core, Dionisos, allí, entre tajos y encinas, en Septemillium, nací de nuevo.
El corredor no sabe por qué corre. No sabe qué extraño arcano lo mueve a salir de su casa, abandonar la familia, realizar un esfuerzo sin recompensa. Siete veces nada, siete veces sitiada y siete veces intacta como una doncella, eso cuenta la leyenda, y sin embargo fue ganada. Constancia, quizás sea esa la lógica.
Una carrera, como una batalla, adquiere su leyenda con el sudor y la sangre de los que corren y combaten, pero también por el lugar donde transcurren los hechos. ¿Se imagina alguien los 101 km sin pasar por Setenil de las Bodegas? ¿Se imagina algún corredor una carrera sin el paso por Cabrerizas, Las Jabonerías, Las Cuevas del Sol, calles todas a una margen del Guadalporcun? Porque Setenil es eso, la bendita ribera del gozo que embriaga al corredor...el oasis reparador de fuerzas y ánimos que nos empuja a seguir.
La carrera es épica y épicos son los lugares por los que transcurre; morada de atávicos y crueles dioses donde aún resuenan los ecos de viejas batallas, que siempre disputaron los hombres por estas tierras hondas y femeninas.
El ocre de la piedra rompe el azul del cielo electrico. Piedras estriadas por el eterno besar del río, como el graderío de un circo donde combaten los gladiadores. Quizás los habitantes de Acinipo se inspiraron en estos tajos y cuevas para crear el suyo a martillo y cincel. ¡Setenil colosal! grandiosa obra de gigantes.
El corredor, ajeno quizás a todo esto de lo que hablamos, empeñado quizás en su Desfiladero de las Termópilas personal, vislumbra en el estupor de su fatiga la magia de los lugares por los que pasa y algo de esa huella primigenia queda en su memoria. Recuerda el poema de Covafis:
"Cuando te encuentres de camino a Itaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos...
Ten siempre en tu mente a Itaca.
La llegada allí es tu destino.
pero no apresures tu viaje en absoluto.
mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico por cuanto ganaste en el camino..."(2)
Al fin y al cabo "La belleza es verdad y la verdad belleza: Nada más es preciso saber en la tierra"(3)
Buena carrera, buen camino.
1.(Ángel Ganivet)
2. (Kostantin Kovafis)
3.(John Kents)
Rafael Vargas Villalón